Querida Lucy:
Siempre nos contamos las cosas importantes que marcaron nuestra vida y atrás quedan detalles que se pierden en el tiempo. Detalles que construyeron nuestros días y marcaron nuestras existencias en aquella fría Inglaterra que tan lejos queda ya.
Hoy quiero contarte algo más sencillo. Nuestra primera cita oficial. Habian pasado dos meses desde que te dí el beso en el jardín de la Orden y yo había intentado olvidarte. Los hombres somos asi, cuando tenemos el amor delante huimos de el como un animal asustado y yo no iba a dejar en evidencia a mi género. Pero, el destino se convirtió en capricho cuando para mi sorpresa los consejeros me informaron un día que habían solicitado para mi una profesora de Inglés. Ellos siempre estaban pendientes de mi evolución pues a pesar de que llevaba casi 10 años en Inglaterra y que era capaz de leer perfectamente en el idioma anglosajón me negaba a hablarlo. Mi idioma tenía más de 3000 años, mis raices tenían clavadas en el nucleo de la Tierra su pasado por las palabras. No iba a ser yo quien lo faltara asi. Mis amigos sabían que yo hablaba inglés, de calle, de la vida cotidiana, pero me negaba a cambiar mis preciadas palabras y mi alfabeto por esa gramática loca que no había por donde entenderla.
Asi que de mal humor y con ganas de matar a un consejero, me dirijí a las aulas particulares de la Orden. Y alli estabas tu. Catorce años de mujer encerrados en un metro cincuenta para enseñarme Inglés. Me sonreí a mi mismo. A fin de cuentas el destino siempre sabe repartir sus cartas de forma magistral y esta vez mi historia personal me estaba dando una lección. No escapes a tu destino. La clase fué muy acertada y tu apenas te atrevias a mirarme. Chapurreabas cosas en griego y sonaba en ti algo de autentico en aquellas palabras. Lo comenté en casa al llegar y mi padre me contó toda tu historia. Claro que mi padre no sabía que me había enamorado de ti. Asi que habló sin pudor, de su primo, de sus sobrinas y de la mala suerte que su cuñada había haber tenido en Irlanda, donde la orden los transladó. A esto deberían haber seguido las oportunas preguntas que nadie en mi casa debía hacer sobre nuestra salida de Grecia. Fué aqui cuando me enteré que eramos familia. Fue entonces cuando descubrí que tu padre y mi padre eran primos segundos y que tu eras esa niña a la que yo mismo abrí la puerta a la familia. La futura prometida de mi hermano si hubieramos seguido viviendo en nuestro hogar. Por primera vez desde que salimos de Atenas hace ya 9 años agradecí a la vida que estuvieramos en Londres y no en casa, pues ese compromiso fuera de nuestra tierra no tenía validez.
Asi que mi prima. Asi que la hija de Arxe y Alexandros, la hermana de la pequeña Sofia. Llevaba 6 años cuidando a dos niñas que no sabía que tenía obligación por sangre de cuidar. Si mi padre no hubiera sido mi padre y no me uniera un vínculo de primera linea a el, le hubiera echado una charla acerca del trato a la familia y de permitir que tu primo y sus hijas estuvieran pasando hambre en Whitechapel mientras a nosotros nos sobraba el dinero en Londres y teníamos más de 50 propiedades en el centro de la ciudad. Pero Londres, había hecho olvidar a mi padre las normas ancestrales por las que se regía nuestro clan en Grecia. Asi que ni yo preguntaba, ni el respondía. Cada uno tenía sus asuntos y arreglaba las cosas según su forma de verlas. Yo no había podido dormir tranquilo desde aquel día en el que fuimos a tu casa a hablar con tu padre y había mandado comida, ropa, juguetes y libros, quincenalmente. Hubiera sido también dinero si tu padre no se lo hubiera bebido las dos veces que lo intenté.
Esto me hizo terminar de dejar de escapar de mi vida. Y de mi destino. En la siguiente clase haría lo que debí hacer desde que te vi a primeros de curso. Invitarte a cenar. Tratarte como una dama que se merece todo. Los rizos de tu pelo, el azul verdoso y grisaceo de tus ojos perlados del Egeo y tu piel no merecían más preambulos. Elegí la ropa con cuidado. No quería parecer uno de esos parias ingleses que se cubrían de estupidas prendas de vestir para conquistar a una chica. Solo elegí mi camisa preferida, mis pantalones preferidos, mis botas de montar y me solté el pelo pese a los gritos de mi señora madre al salir de mi casa. Era casi una falta de respeto que un hombre llevara el pelo largo y suelto en la jornada laboral. Pero a mi esas estupideces me daban igual. James Douglas era solo un juguete de la sociedad mágica en la que por motivos que desconocía me veía envuelto. Alexandros Parapoulos no se cogía el pelo. Mucho menos para ir a conquistar a una dama. Antes de salir, le pregunté tu nombre a mi padre.
-Se llama Galena-dijo muy serio, preocupado sin duda por mi interés hacia ti.
Sonreí entornando los ojos, mostrando mi incredulidad pues hasta el nombre lo tenías perfecto. Galena, Galena, Galena. Mi joya del Egeo tenía nombre de piedra. De piedra que conecta el alma con vidas pasadas, la piedra que se usa para encontrar al alma gemela. Tenía dos ejemplares preciosos en casa de ese mineral mezclado con calcopirita. Cogí el más hermoso. El más grande y lo puse en mi maletín y mientras ensillaba a Akiles, me reconocí a mi mismo que llevaba enamorado de ti desde que te vi, casi rozando la ilegalidad hace 6 años. Y que el pulso que latía dentro de mi ser cuando te tenía cerca no era más que mi alma reclamando lo que era suyo.
El día pasó aburrido. Un día más. Excepto la última clase que era tu grupo. Como siempre entraste cotorreando con la pija de Jane por el aula y tuve que llamaros la atención. Te sonrojaste en el acto y eso me hizo sonreir. Si respondías asi era porque no me habías olvidado, si tus manos se volvían temblorosas cuando yo me acercaba era porque tu también sentías algo asi, pequeña. Intenté no incomodarte más. Pero quería mandarte mensajes de que había encontrado quien eras y con esto me había encontrado a mi mismo.
Asi que, saque mi piedra del maletín. 35 centimetros de brillante profundidad. Una joya.
-Hoy vamos a estudiar la Galena. ¿Alguien conoce esta piedra?
Tu saltaste de tu silla. Casi podía escuchar tu corazón y tus pensamientos. Sabía quien eras. Sabía quien era yo. A que demonios estabamos esperando. Es evidente que nuestros familiares se equivocaron a comprometerte con mi hermano pues no era el a quien estabas buscando. Te veía a lo lejos tan nerviosa que casi temblabas y fingiendo ser fuerte y estar estable y yo lo único que quería era mandar a paseo la clase y abrazarte. Entonces Jane habló:
-Es una piedra que sirve para navegar entre vidas pasadas. Se usa para encontrar lazos kármicos que hay que reparar y reconstruir, une a las almas gemelas.
-Perfecto Jane. No sabía que tenías intereses especiales en las Galenas. ¿Alguien sabe donde se encuentran?
La clase se silenció.
-Bueno, las Galenas estan en todos sitios, quizás más cerca de lo que pensamos. Hay minas de Galena por todos sitios-dije mirandote directamente.
Terminé la clase tras unos ejercicios, pidiendote que te quedaras al acabar, con la excusa de que con tu regente no podías hacer los mismos que el resto de la clase. Tus compañeros se fueron y Jane, acostumbrada a que los profesores te trataran de modo especial por la esencia de tu ser, no hizo ninguna mueca rara ni ningún ademan de quedarse, te esperaría fuera.
Cuando el último alumno se fué por la puerta. Tu te acercaste a mi.
-Señor Douglas, digame.
Me senté en la mesa. Enfrente de ti. No iba a hablar contigo más detrás de mi silla. No, mi pequeña. No. Serías mi alumna pero no pondría más distancia entre tu y yo de la que ya teníamos. Cogí mi piedra y te la puse en las manos.
-¿Te gusta?
Cerraste los ojos de manera casi intuitiva y comenzaste a hablar. Hablabas de Esparta. Y completabas recuerdos que yo mismo había rescatado hace años con esa misma piedra. La ventana, el patio de la casa. Los dos niños luchando con su padre en un patio trasero. Tus lágrimas cuando el primero de ellos se fue a la Academia. Le pregunté directamente a la piedra si estabas recuperando tus recuerdos o los mios y ella muy calmadamente me respondió "Los recuerdos son de los dos, Alexandros" "Ella es tu mujer"
-Claro que me gusta-respondiste. Es un ejemplar precioso y trabajar con el debe ser una experiencia increible.
-Voy a ponerte un trabajo especial con ella Lucy. Quiero que trabajes con ella durante un mes. En tu casa, asi que puedes llevartela. Cuando termines ese ciclo, la piedra será para ti. Es un regalo, de.... la Escuela.
Me miraste seria e incrédula, pero guardaste la piedra en tu bolso.
-Te espera Jane fuera, verdad?-pregunté directamente.
-No, hoy tenía que marcharse rápido, su padre la obliga a ir a clases de violin, asi que tiene que salir corriendo.
-¿Almuerzas conmigo?
Esta vez si que no encontraría palabras para describir tu cara.
-Profesor... Soy una alumna, no puedo ni debo almorzar con usted.
-Lucy, tienes que darme clase a las cuatro. Apenas son las 2. No te dará tiempo ir a tu casa y volver en menos de dos horas. Whitechapel queda lejos para ir incluso en carro.
-Mi padre y mi hermana....
-Yo me encargo de eso. Quedate, por favor...
Asentiste.
Y yo me di por vencedor, asi que mandé que el mejor restaurante de Londres llevara comida a tu casa a nombre de la Escuela. Tu familia comería hoy también pequeña.
Te pedí que me acompañaras y subimos a las cocinas. Las cocineras de la Orden ya me conocían asi que me dejaban hacer a mi antojo. Preparé un exquisito picnic para los dos. Me pregunté que estarías pensando dentro de esa boca que no articulaba ni media palabra. Seguramente pensabas que te llevaría al Ritz o alguno de los restaurantes caros que frecuentaban Marie, Said o Mike. Pero hacía un sol de escandalo en aquel Junio Inglés que había que aprovechar tras cuarenta dias de lluvia. Tu piel estaba pálida y había que empezar a colorearla.
-¿Hay alguna comida que no te guste?Llevamos queso feta, un queso griego que ya has comido alguna vez porque lo ponen en el comedor a menudo, sandwiches de pavo, ensalada, limonada helada, tortillas, crumpets y manzanas- enumeré mientras lo metía todo en una cesta.
-Esta todo delicioso, seguro.
-Pues vamonos! dije cogiendo la cesta.
Por el camino, Said me miró con cara de buho sorprendido. Le guiñe un ojo y mentalmente le dije "ni se te ocurra preguntar" Marie, que también se cruzó con nosotros nos deseó un feliz almuerzo.
-¿Donde vamos? preguntaste al fin.
-A Hyde Park. Hace un sol estupendo. Lleva más de un mes lloviendo en esta ciudad de locos. Hay que aprovechar cuando Helios se asoma a saludarnos.
-¿Vas a llevarme a un parque? No deja usted de sorprenderme señor Douglas.
Cruzando la calle entrabamos por Hyde Park Corner. El edificio de la orden quedaba lejos aunque estaba bastante cerca. Dentro el parque parecía como que la misma Orden se hacía pequeña y dejaba de ser una carga y un obstaculo entre tu y yo. Asi que cuando llegabamos a la zona de las hamacas. Cogí dos y las separé notablemente del resto. Las pagué religiosamente y le pedí al mozo que no nos molestar nadie. Yo mismo monté el picnic. Los dos terminamos al final tirados en el suelo. Las ardillas se acercaban a nosotros a robarnos la comida y tu terminaste regalandoles tu manzanas y uno de tus bocatas. Por primera vez, te veía sonreir libremente fuera de las apretadas cenas de la Orden donde tu sonrisa era provocada por el exceso de Champan más que por las ganas de sonreir. El sol brillaba en tu piel y tus ojos cogían el tono azul mar que me volvía loco muy a menudo. No hablabamos de nada en especial. Bautizaste a todas las ardillas del parque con el nombre de "Alice" porque asegurabas que era su nombre real y que todas ellas eran realmente la misma ardilla. Yo no paraba de mirarte, con las cejas levantadas y la sonrisa puesta. Y también porque no confesartelo ahora 200 años después con un nudo en la garganta. Me hacías sentir vivo. Tu vida, tu despertar, tus ganas de ser autentica me devolvían mi fe en el destino. Mis ganas de dejarme llevar. Mis sueños, aquellos que se quedaron atrás hace 10 años en Creta cuando mi padre me dijo que abandonabamos el pais. Mi niña de agua, mi espiritu vivo me había devuelto las ganas de vivir. Las ganas de estar en el mundo y tu ni siquiera lo sabías.
Jugando con las ardillas precisamente resbalaste y te caiste al lado de mi. Me levanté rapido dispuesto a ayudarte. Y mi mano y tu mano por fin se tocaron. Mis ojos se clavaron en los tuyos y ya no escondiste tu mirada. Sonreias. Sonreí. Te sentaste en la hamaca y sin más me dijiste:
-Gracias.
-Gracias? Gracias porque?
-Nunca había hecho un picnic. Nunca había tenido tiempo para comer un día fuera de casa, sin preocuparme por nada más que por pasar un rato agradable en un parque. Para mi Hyde Park es solo un lugar de paso.
-Puedes quedarte a comer conmigo cuando quieras, pequeña.
Nos levantamos a pasear y cogimos una barca en la Serpentine. No pude evitarlo. Cuando solté los remos para enseñarte como el cisne estaba haciendo su nido. Te bese. Y ese segundo beso, relajado, con calma y sin nervios me supo a gloria. Mil imagenes pasaron por mi mente en 10 segundos. Y recuperé Esparta, recuperé Pafos y recuperé todas las vidas que tu y yo habíamos tenido juntos en un solo beso. Mis manos acariciaban tu cuello y tu boca que apenas se movía me renovaba el alma. Me separé diez centímetros. Sin dejar de mirarte las palabras salieron solas.
-Se que te llamas Galena y se que tu alma es de lejos, al igual que la mía. También se que, desde que te vi no he dejado de pensar en ti. Soy tu profesor, eres mi alumna y esto es una locura, pero... Te amo-dije bensandote de nuevo, en una esquina del lago donde nadie podía vernos.-Te amo Galena, te amo- no paraba de repetir mientras el beso se transformaba en cualquier cosa menos inocente. Mis manos se engancharon a tu cintura y tu te acercaste a mi liberandote de todo lo que se ponía en medio de los dos.
Me miraste. Poniendo tus brazos colgados en mi cuello mordiendote el labio, conteniendote.
-Yo también. Yo también te amo James.
-Alexandros, Galena. Mi nombre es Alexandros.
Y rompiste a reir. Haciendo que la armonía de tu risa pintara en el cielo colores nunca vistos y que aquel Londres, que se había soleado asi mismo solo por un día, tuviera ganas también de soñar y de vivir.
Y esta fué nuestra segunda cita. Espero que hayas disfrutado leyendola tanto como yo escribiendola.
Te amo pequeña.
Siempre tuyo,
James.