domingo, 16 de junio de 2019

Reinaguración

Querida y preciosa Galena,

Suena la música en este cacharro nuevo, que pocas veces entiendo. Lo bueno es que la música parece vivir dentro de el y escuchar un concierto es tan fácil como pulsar un botón. Hace una hora que estás volando, eso significa que debes estar a punto de salir de Grecia. La primera vez que no estamos en el mismo país...

Es extraño, estoy tan content@ como desquiciado a la vez. No es tristeza tanto como confusión y una sensación de desesperación que no se como definir. Si es que se puede definir.

Esta es la carta de presentación de esta nueva etapa de este blog. Cada uno de los días, al final del día voy a contarte una historia de nosotros dos, de hace 200 años, que tenga que ver con el número por el que vayamos en nuestra cuenta regresiva para vernos.

De este modo será más divertido contar para atrás.
Te hubiera invitado, pero no quería que te comprometieras a nada sin saber tu horario y todo eso. Esto lo hago porque, primero, me ayuda a tenerte cerca. A no escuchar mis paranoyas, ni la mente que quiere contarme cosas que no son. Te acerca a mi. También lo hago porque te debo muchas muchas muchas cartas de esa vida y lo se. Así que, cartas a Galena queda de nuevo inagurado... hasta nueva necesidad.

Hoy no cuenta, hoy es solo el día 0, pero a partir de mañana, en este blog, me tienes.
¿Te vienes?

Siempre tuyo.
J.

martes, 17 de marzo de 2015

Querida Galena,

Mucho tiempo ha pasado ya desde mi última carta. Mucho tiempo. Nuestra vida actual ha cambiado mucho y entre recuerdos y memorias un libro está naciendo. Pero estas cartas, este blog ha sido siempre nuestro rincón privado, donde lejos de concruencias históricas aprendemos a recordar, juntos. 

Y ahora suena la música que tantas veces hemos bailado y me viene a la mente, aquel día, cuando comenzamos a bailar juntos. Aquella noche cuando conseguí darte un beso y cuando más tarde te obligue casi a bailar conmigo toda la noche, rescatandote de los brazos del delfin (O debería decir pulpo?)

Me he pasado toda la mañana pensando en estupideces y se me ha olvidado lo que te quería contar. Será que se han cruzado demasiadas veces tus preciosos ojos por mi mente para pensar en otra cosa más... Ah si... Déjame hacer un esfuerzo...

Quiero escribir contigo y escribir de ti. Asi que déjame que te cuente la historia de una preciosa niña, que un buen día decidió darle la oportunidad a un caballero que la cortejaba, haciéndole el hombre más feliz del mundo y despertándolo de un largo viaje, que había durando más de cinco años, en tierra extraña. Una niña que creía que las sirenas eran hermosas y que Londres era un sitio lleno de gente buena. Un alma inigualable que me hizo recuperar la esperanza de la vida y me devolvió mi ser. 

El Caballero, profesor de un instituto. Era un señor adinerado y pijo, dicen que guapo aunque yo no estoy seguro. Tocaba el piano como si las Musas le hubieran dado un poco de su gracia y siempre, siempre, siempre, llevaba un reloj de plata con una lechuza detrás, regalo de su tio, hace muchos muchos años. 

La niña, era un dulce, una muñeca de porcelana de cuerpo perfecto y cara etérica, entre sus manos podían existir miles de universos y a la vez la nada. De sus pasos nacía la vida. Cuentan que si la mirabas más de 3 segundos seguidos caías prendido de ella. Dicen que era una bella hechicera venida del Este que pretendía hacerse pasar por Irlandesa, no se... quizás todo sean leyendas, solo te digo lo que me cuentan, ahora eres tu quien debe juzgarlas. 

La cuestión es que la chica, pertenecía a una clase social diferente a la del chico de forma momentánea. Quizás cómo en todos los cuentos era una princesa con mala suerte y había sólo que descubrir el camino a su palacio. Porque de seguro, que con esa cara y esa sonrisa había un palacio esperándola. La chica se fijó en el Caballero nada más verlo. Quizás porque el Caballero era hermoso, quizás porque sus 1.90 de altura servían como reclamo de todas las miradas o quizás, quizás, quizás porque era el único que conocía de verdad el camino a su palacio. La cuestión es que la linda muchacha puso los ojos en el pensando que se parecía mucho a ese ángel al que le rezaba cuando tenía miedo o necesitaba algo... y todo empezó en aquella fiesta, bajo un montón de candelabros repletos de velas que alumbraban el palacio de uno de los condes más famosos del Londres victoriano. Dónde la princesa se sentía fuera de lugar y al mismo tiempo de forma proporcional desmontaba los lugares de todos los caballeros de la sala. 

Apareció con su mejor amiga, una rubia despapanante y bastante habitual en Londres, que pronto la presentó y la condujo por las esquinas del laberinto de la Sociedad de la época. Déjame tejer aqui la imagen para que la veas, se trata de dos señoritas, una rubia y otra morena, una de rojo y otra de verde que ríen a carcajadas en una sociedad en la que estaba prohibido dar muestras de estar vivo ¡qué desfachatez! Pero el dinero de la amiga de nuestra princesa, la rubia, podía comprar el pasaporte para vivir por un rato. Aunque sólo fuera en una fiesta. 

Los violines sonaban y el Caballero que era la segunda vez que coincidía con ella en una fiesta se acerco y la invitó a bailar. La clase del Caballero la tenía prisionera. Aunque quisiera no podía decirle que no a el profesor, que travieso le recordaba en cada vuelta del vals que comenzaba a sonar el beso que se atrevió a robarle entre las rosas del jardín la primera noche que se vieron. 

Siempre lucía seguro, ahora querida mía, déjame que te cuente que el Caballero, esa noche, sabiendo que iba a verte, decidió acabar con media botella de vino de su padre antes de marchar a la fiesta, por la que luego tuvo que dar cuenta. Déjame que te cuente también que su fortaleza estaba construída con piedras de todos los colores, piedras negras, piedras de color plata y piedras rojas, que dan valor o eso dicen! Las piedras habían conseguido sostener un agua al que no estaba costumbrado y la esencia de una vida que había pasado demasiado rápido ante sus ojos y que por fin comenzaba a florecer. Mirar a la muchacha. Mirar los suspiros de vida que en cada paso del baile le regalaba, mirar como se agarraba a la existencia de su alma mucho mejor que cualquiera de las adineradas personas que se encontraban en la sala con mucho menos de la mitad de recursos lo cautivaba. Su riqueza era su alma. Su fortaleza venía de mucho más allá de las Estrellas. Era pequeña y lucía como una titana, como si a Asteria, se le hubiera escapado una de sus Estrellas y ahora, ahí estaba, en sus brazos, pretendiendo que el baile le aburría y pretendiendo haberse olvidado del beso y de la otra noche cuando la memoria lo había tallado en todas las letras de su nombre. Y ahi estaba, bailando su vals preferido y sujetandose a ella como si su cintura pudiera devolverle todas las vueltas que la vida le había robado. Su mano, un centimetro más arriba de donde marcaba el protocolo y un un centimetro quizás más apretada a su cadera, servía de timón y de tambor que marcaba el paso. Como si el un, dos, tres que marcaba el ritmo devolviera a su corazón el ritmo exacto. Este era el tiempo, esta era la vida. Se había olvidado de lo que significaba no estar enfadado o no estar meláncolico. No había ni un ápice de tristeza dentro de si cuando la miraba bailando y el sabía que la princesa había conquistado algo que ningun otro ser humano conquistaría su corazón. A golpe de vals, a golpe del pestañeo de sus grandes ojos azules, a golpe de cada respiración y mientras daban vueltas, el Caballero tenía la certeza de que sus corazones estaban latiendo a la vez. Sabía que estaba nerviosa, pero no incomoda y sabía que tenía que cambiar de pareja, porque asi lo indicaba la etiqueta, antes de que acabara la canción, pero se las arregló para viajar con ella al mundo de lo sueños y que nadie se diera cuenta de que ambos, que parecían dos, eran realmente uno. 

Y la Música hizo la magia y los devolvió al principio. Entonces sonaron los últimos acordes. 
-Mañana, a las cinco, te veo en clase, Stonefield- dijo guiñandole un ojo. 
-Claro que si profesor-sonrojándose sin poder evitarlo.

Sonó el toque de queda para las nuevas alumnas y la Princesa, corrió con la rubia para volver a casa. Al salir, cuatro córceles blancos de ensueño y un carruaje digno de la Reina esperaba en la puerta del baile con su nombre. La rubia se sorprendió, ella le dijo que no sabía de donde venía ese carro, aunque en la puerta se veía de quien era propiedad. 

Subió al carro mientras se despedía por la ventanilla de su amiga. Dentro, había una bandeja de chocolate blanco con caramelo dentro, una roja negra y una tarjeta donde sólo se leía en letras negras y perfecta grafía helena.

"Ευχαριστω" 
James Douglas.
Duque de Hamilton.


domingo, 12 de enero de 2014

Querida Galena,

Nunca olvidaré la primera vez que vinimos a Grecia juntos. Pueden pasar mil vidas pero es imposible olvidar tus mejillas sonrosadas 2 horas apenas de haber entrado en el Egeo. Bastó la brisa del Mar y un poco de sol para colorearlas. Me costó la ayuda de todos los Dioses y grandes dotes de paciencia convencerte para que te quitaras aquel aburrido vestido victoriano y vistieras algo más fresca. Ya me había encargado de todo y en tu equipaje iban algunos modelos más apropiados para la ocasión. También algunas pamelas y algunas sombrillas para evitar que el sol te diera directamente en la cara. Salíste a la cubierta vestida de colores claros y con el pelo al viento y tu mirada competía con el azul del mar. En el horizonte ya se veía la península del Atica y algunas islas ya nos saludaban por el camino. Se me puso un nudo en la garganta y tenía ganas de saltar y nadar hasta mi casa. Estaba seguro que podía correr más que aquel estúpido barco, pero me quedé ahí, fumando en mi pipa y respondiéndote a las mil preguntas que tenías:

-James ¿Podré llamarte James a partir de ahora?
-No-respondí.
-¿A partir de cuando?
-A partir de llegar a Grecia.
-Pero esto ya es literalmente Grecia, puedo llamarte James un poco más?
-No.
-Jaaaaamees......

No te di tiempo a terminar y me bastó mirarte para que explotaras de la risa. Me di cuenta. Hellas ya estaba entrando en ti. Tu risa era más auténtica.

El almuerzo fué tranquilo, en el restaurante más pequeño y al terminar solo teníamos que esperar 15 minutos para atracar en el Pireo. Estaba seguro que toda nuestra familia estaba esperándonos.

-¿Cuantos son?-preguntaste de nuevo.
-¿Cuantos son quien?- respondí.
-Tu...nuestra familia ¿10?¿12?

Me eché a reir, uno de mis tios, el de Arcadia, tenía el sólo 12 hijos. Pobre Galena, tan acostumbrada a la discrección, tranquilidad y medida inglesa.

-Galena, no se pueden contar los miembros de una familia como la nuestra. Es imposible. Mi madre me contó que a su boda vinieron 150 personas y era solo la familia más cercana. Solo imprescindibles.
-Entiendo-dijiste tragando saliva- ¿en serio?
Entonces me di cuenta de que pasaba, tenías miedo. Estabas aterrorizada. Tu padre sumido en la tristeza de la muerte de tu madre no te había contado mucho de nosotros y de como vivíamos aquí. Me abrí a ti y tome tu pequeña cintura entre mis manos, mirando por la ventana del camarote que teníamos asignado mientras el mozo terminaba de hacerlas maletas.
-Galena, preciosa. Eres de aquí. Tu alma es tan libre como la bandera que hondea en el mastil de este barco. No tienes nada que temer. Déjate llevar.
Respiraste hondo. En esa forma que tenías tan característica que significaba lo acepto pero no lo entiendo. Casi como cuando te regañaba en las clases de la Escuela.

Pronto atracamos en el puerto y formamos la cola para salir del enorme barco, que seguía echando humo por sus chimeneas. Podría contarte como era el puerto pero eso lo vamos a dejar para el libro, esto es una carta más personal, algo entre tu y yo. No hace falta descripciones extensas. Me apretabas la mano muy fuerte y aunque en el puerto todo era ruido, pude escucharte decir que no te soltara un par de veces.

La familia te recibió con los brazos abiertos. Un gran coche nos esperaba pero antes teníamos que pasar por la aduana. Enseñé mi pasaporte y el tuyo, también nuestro certificado de boda inglés.

-Señores Panapoulos, buen estancia en Hellas.

Era la primera vez que nos llamaban así y la alegría se apoderó de mi. Sentía que por un momento esta vez,era yo quien ganaba la batalla. No había ni guardianes de ordenes prohibiendonos el paso. Eramos un matrimonio más que venía a ver a su familia.
Tras más de una docena de besos y abrazos por fin entramos en un carro de caballos que nos habían preparado. Lucía un magnifico día de Abril y los campos que rodean Atenas estaban llenos de mil matices distintos. Sentía que me asfixiaba dentro de aquel carro, asi que llamé al cochero y le pregunté si sería posible sacar uno de los seis caballos que tiraban del coche y ponerle una montura. Tu no entendías nada, así que me mirabas con los ojillos como platos, ansiosa por la traducción.

-James.
-Nonononono-te corté.
-Alexandros...¡te he traducido mil veces en Inglaterra! ¡Me lo debes!

Volví a reir. No te iba a decir nada. El carro paro y me entregaron un caballo negro precioso muy parecido en altura a Aquiles. Me miraste embobada y antes de que te diera tiempo a quejarte,te tendí la mano.

-¿Subes?-te dije con aire picaro, me solté el pelo mientras lo decía - ¿O no?- terminé. La chaqueta me pesaba asi que la dejé en el carro. Le di unas ordenes al cochero y te ayude a subir.

Comenzamos a cabalgar en post a la caravana que arrastraban nuestros familiares y equipaje. Pero pronto tuve necesidad de hacer algo más. Había recorrido aquellos caminos mil veces, camino de la casa que nuestros abuelos tenían en el Pireo. Eran los caminos por donde mi hermano y yo hacíamos carreras en cuanto aprendimos a montar.No podía ir a velocidad crucero, necesitaba algo más. Asi que me desvié. Pude escuchar tus gritos en mi espalda y tu puño diciéndome lo loco que estaba, pero necesitaba hacerlo. Te pedí que te cogieras fuerte y haciendo caso omiso a nuestra familia que ya me conocía lo suficiente salimos al galope hacia Atenas. Te agarraste a mi y las patas del caballo en contacto con la tierra hicieron un ritmo dificil de describir pero que se coordinó pronto con mi corazón. La piel erizada, y la emoción por las nubes completaron el cuadro. Con mi camisa blanca preferida arremangada hasta los codos y mi mujer preciosa detrás, estaba sucediendo.

-¿Donde vamos?-preguntaste.
-Voy a llevarte a un sitio- Enfilé el caballo al Likavitos sin vacilar y te pedí  que cerraras los ojos. Sentía tu energía expandirse y fundirse con el medio. Me hacía volar verte asi. Supe que era la persona más maravillosa del mundo cuando al pasar por las calles principales de la ciudad antes de subir la colina. El empinado camino se hacía familiar ante mis ojos. Afortunadamente seguía sin casas y solo las ruinas de un viejo templo adornaban su cima. Aquel era el sitio donde entrenaba con tu padre y seguía alli, tal cual. Cuando lleguemos a la cima, te pedí que abrieras los ojos y te enseñé Atenas desde lo alto:

-Kalosifrate Galeni Panapoulos-dije quitándote la venda.

Chillaste y después intentabas articular palabras sin mucho éxito. Como una niña pequeña. Ilusionada. Dabas saltos, te mordías el labio y me decías ¡me gusta mucho!
Entonces me asomé por el mirador y grité ¡He vueltooooo! Alexandros Panapoulos está de nuevo en casa!!!
Me miraste asustada. El contenido de James se había quedado conforme dejamos Italia. Yo se que te gustaba más este hombre al que ahora mirabas que el que se había quedado en Londres.
Pero lo cierto es que mientras bajaba con mi caballo a paso normal, hablando contigo alegremente y contándote las cosas que ibamos viendo pensé que la vida acababa de empezar y que ahora tenía conmigo todo lo imprescindible para seguir vivo.

Hellas y tu.

Te quiero muñeca, espero que hayas disfrutado de la historia :-)

Alexandros Panapoulos.





miércoles, 18 de julio de 2012

Segunda cita

Querida Lucy:

Siempre nos contamos las cosas importantes que marcaron nuestra vida y atrás quedan detalles que se pierden en el tiempo. Detalles que construyeron nuestros días y marcaron nuestras existencias en aquella fría Inglaterra que tan lejos queda ya.

Hoy quiero contarte algo más sencillo. Nuestra primera cita oficial. Habian pasado dos meses desde que te dí el beso en el jardín de la Orden y yo había intentado olvidarte. Los hombres somos asi, cuando tenemos el amor delante huimos de el como un animal asustado y yo no iba a dejar en evidencia a mi género. Pero, el destino se convirtió en capricho cuando para mi sorpresa los consejeros me informaron un día que habían solicitado para mi una profesora de Inglés. Ellos siempre estaban pendientes de mi evolución pues a pesar de que llevaba casi 10 años en Inglaterra y que era capaz de leer perfectamente en el idioma anglosajón me negaba a hablarlo. Mi idioma tenía más de 3000 años, mis raices tenían clavadas en el nucleo de la Tierra su pasado por las palabras. No iba a ser yo quien lo faltara asi. Mis amigos sabían que yo hablaba inglés, de calle, de la vida cotidiana, pero me negaba a cambiar mis preciadas palabras y mi alfabeto por esa gramática loca que no había por donde entenderla.

Asi que de mal humor y con ganas de matar a un consejero, me dirijí a las aulas particulares de la Orden. Y alli estabas tu. Catorce años de mujer encerrados en un metro cincuenta para enseñarme Inglés. Me sonreí a mi mismo. A fin de cuentas el destino siempre sabe repartir sus cartas de forma magistral y esta vez mi historia personal me estaba dando una lección. No escapes a tu destino. La clase fué muy acertada y tu apenas te atrevias a mirarme. Chapurreabas cosas en griego y sonaba en ti algo de autentico en aquellas palabras. Lo comenté en casa al llegar y mi padre me contó toda tu historia. Claro que mi padre no sabía que me había enamorado de ti. Asi que habló sin pudor, de su primo, de sus sobrinas y de la mala suerte que su cuñada había haber tenido en Irlanda, donde la orden los transladó. A esto deberían haber seguido las oportunas preguntas que nadie en mi casa debía hacer sobre nuestra salida de Grecia. Fué aqui cuando me enteré que eramos familia. Fue entonces cuando descubrí que tu padre y mi padre eran primos segundos y que tu eras esa niña a la que yo mismo abrí la puerta a la familia. La futura prometida de mi hermano si hubieramos seguido viviendo en nuestro hogar. Por primera vez desde que salimos de Atenas hace ya 9 años agradecí a la vida que estuvieramos en Londres y no en casa, pues ese compromiso fuera de nuestra tierra no tenía validez.

Asi que mi prima. Asi que la hija de Arxe y Alexandros, la hermana de la pequeña Sofia. Llevaba 6 años cuidando a dos niñas que no sabía que tenía obligación por sangre de cuidar. Si mi padre no hubiera sido mi padre y no me uniera un vínculo de primera linea a el, le hubiera echado una charla acerca del trato a la familia y de permitir que tu primo y sus hijas estuvieran pasando hambre en Whitechapel mientras a nosotros nos sobraba el dinero en Londres y teníamos más de 50 propiedades en el centro de la ciudad. Pero Londres, había hecho olvidar a mi padre las normas ancestrales por las que se regía nuestro clan en Grecia. Asi que ni yo preguntaba, ni el respondía. Cada uno tenía sus asuntos y arreglaba las cosas según su forma de verlas. Yo no había podido dormir tranquilo desde aquel día en el que fuimos a tu casa a hablar con tu padre y había mandado comida, ropa, juguetes y libros, quincenalmente. Hubiera sido también dinero si tu padre no se lo hubiera bebido las dos veces que lo intenté.

Esto me hizo terminar de dejar de escapar de mi vida. Y de mi destino. En la siguiente clase haría lo que debí hacer desde que te vi a primeros de curso. Invitarte a cenar. Tratarte como una dama que se merece todo. Los rizos de tu pelo, el azul verdoso y grisaceo de tus ojos perlados del Egeo y tu piel no merecían más preambulos. Elegí la ropa con cuidado. No quería parecer uno de esos parias ingleses que se cubrían de estupidas prendas de vestir para conquistar a una chica. Solo elegí mi camisa preferida, mis pantalones preferidos, mis botas de montar y me solté el pelo pese a los gritos de mi señora madre al salir de mi casa. Era casi una falta de respeto que un hombre llevara el pelo largo y suelto en la jornada laboral. Pero a mi esas estupideces me daban igual. James Douglas era solo un juguete de la sociedad mágica en la que por motivos que desconocía me veía envuelto. Alexandros Parapoulos no se cogía el pelo. Mucho menos para ir a conquistar a una dama. Antes de salir, le pregunté tu nombre a mi padre.

-Se llama Galena-dijo muy serio, preocupado sin duda por mi interés hacia ti.

Sonreí entornando los ojos, mostrando mi incredulidad pues hasta el nombre lo tenías perfecto. Galena, Galena, Galena. Mi joya del Egeo tenía nombre de piedra. De piedra que conecta el alma con vidas pasadas, la piedra que se usa para encontrar al alma gemela. Tenía dos ejemplares preciosos en casa de ese mineral mezclado con calcopirita. Cogí el más hermoso. El más grande y lo puse en mi maletín y mientras ensillaba a Akiles, me reconocí a mi mismo que llevaba enamorado de ti desde que te vi, casi rozando la ilegalidad hace 6 años. Y que el pulso que latía dentro de mi ser cuando te tenía cerca no era más que mi alma reclamando lo que era suyo.

El día pasó aburrido. Un día más. Excepto la última clase que era tu grupo. Como siempre entraste cotorreando con la pija de Jane por el aula y tuve que llamaros la atención. Te sonrojaste en el acto y eso me hizo sonreir. Si respondías asi era porque no me habías olvidado, si tus manos se volvían temblorosas cuando yo me acercaba era porque tu también sentías algo asi, pequeña. Intenté no incomodarte más. Pero quería mandarte mensajes de que había encontrado quien eras y con esto me había encontrado a mi mismo.
Asi que, saque mi piedra del maletín. 35 centimetros de brillante profundidad. Una joya.

-Hoy vamos a estudiar la Galena. ¿Alguien conoce esta piedra?

Tu saltaste de tu silla. Casi podía escuchar tu corazón y tus pensamientos. Sabía quien eras. Sabía quien era yo. A que demonios estabamos esperando. Es evidente que nuestros familiares se equivocaron a comprometerte con mi hermano pues no era el a quien estabas buscando. Te veía a lo lejos tan nerviosa que casi temblabas y fingiendo ser fuerte y estar estable y yo lo único que quería era mandar a paseo la clase y abrazarte. Entonces Jane habló:

-Es una piedra que sirve para navegar entre vidas pasadas. Se usa para encontrar lazos kármicos que hay que reparar y reconstruir, une a las almas gemelas.

-Perfecto Jane. No sabía que tenías intereses especiales en las Galenas. ¿Alguien sabe donde se encuentran?

La clase se silenció.

-Bueno, las Galenas estan en todos sitios, quizás más cerca de lo que pensamos. Hay minas de Galena por todos sitios-dije mirandote directamente.

Terminé la clase tras unos ejercicios, pidiendote que te quedaras al acabar, con la excusa de que con tu regente no podías hacer los mismos  que el resto de la clase. Tus compañeros se fueron y Jane, acostumbrada a que los profesores te trataran de modo especial por la esencia de tu ser, no hizo ninguna mueca rara ni ningún ademan de quedarse, te esperaría fuera.

Cuando el último alumno se fué por la puerta. Tu te acercaste a mi.

-Señor Douglas, digame.

Me senté en la mesa. Enfrente de ti. No iba a hablar contigo más detrás de mi silla. No, mi pequeña. No. Serías mi alumna pero no pondría más distancia entre tu y yo de la que ya teníamos. Cogí mi piedra y te la puse en las manos.

-¿Te gusta?

Cerraste los ojos de manera casi intuitiva y comenzaste a hablar. Hablabas de Esparta. Y completabas recuerdos que yo mismo había rescatado hace años con esa misma piedra. La ventana, el patio de la casa. Los dos niños luchando con su padre en un patio trasero. Tus lágrimas cuando el primero de ellos se fue a la Academia. Le pregunté directamente a la piedra si estabas recuperando tus recuerdos o los mios y ella muy calmadamente me respondió "Los recuerdos son de los dos, Alexandros" "Ella es tu mujer"

-Claro que me gusta-respondiste. Es un ejemplar precioso y trabajar con el debe ser una experiencia increible.
-Voy a ponerte un trabajo especial con ella Lucy. Quiero que trabajes con ella durante un mes. En tu casa, asi que puedes llevartela. Cuando termines ese ciclo, la piedra será para ti. Es un regalo, de.... la Escuela.

Me miraste seria e incrédula, pero guardaste la piedra en tu bolso.

-Te espera Jane fuera, verdad?-pregunté directamente.
-No, hoy tenía que marcharse rápido, su padre la obliga a ir a clases de violin, asi que tiene que salir corriendo.
-¿Almuerzas conmigo?

Esta vez si que no encontraría palabras para describir tu cara.

-Profesor... Soy una alumna, no puedo ni debo almorzar con usted.
-Lucy, tienes que darme clase a las cuatro. Apenas son las 2. No te dará tiempo ir a tu casa y volver en menos de dos horas. Whitechapel queda lejos para ir incluso en carro.
-Mi padre y mi hermana....
-Yo me encargo de eso. Quedate, por favor...

Asentiste.

Y yo me di por vencedor, asi que mandé que el mejor restaurante de Londres llevara comida a tu casa a nombre de la Escuela. Tu familia comería hoy también pequeña.

Te pedí que me acompañaras y subimos a las cocinas. Las cocineras de la Orden ya me conocían asi que me dejaban hacer a mi antojo. Preparé un exquisito picnic para los dos. Me pregunté que estarías pensando dentro de esa boca que no articulaba ni media palabra. Seguramente pensabas que te llevaría al Ritz o alguno de los restaurantes caros que frecuentaban Marie, Said o Mike. Pero hacía un sol de escandalo en aquel Junio Inglés que había que aprovechar tras cuarenta dias de lluvia. Tu piel estaba pálida y había que empezar a colorearla.

-¿Hay alguna comida que no te guste?Llevamos queso feta, un queso griego que ya has comido alguna vez porque lo ponen en el comedor a menudo, sandwiches de pavo, ensalada, limonada helada, tortillas, crumpets y manzanas- enumeré mientras lo metía todo en una cesta.

-Esta todo delicioso, seguro.
-Pues vamonos! dije cogiendo la cesta.

Por el camino, Said me miró con cara de buho sorprendido. Le guiñe un ojo y mentalmente le dije "ni se te ocurra preguntar" Marie, que también se cruzó con nosotros nos deseó un feliz almuerzo.

-¿Donde vamos? preguntaste al fin.
-A Hyde Park. Hace un sol estupendo. Lleva más de un mes lloviendo en esta ciudad de locos. Hay que aprovechar cuando Helios se asoma a saludarnos.
-¿Vas a llevarme a un parque? No deja usted de sorprenderme señor Douglas.

Cruzando la calle entrabamos por Hyde Park Corner. El edificio de la orden quedaba lejos aunque estaba bastante cerca. Dentro el parque parecía como que la misma Orden se hacía pequeña y dejaba de ser una carga y un obstaculo entre tu y yo. Asi que cuando llegabamos a la zona de las hamacas. Cogí dos y las separé notablemente del resto. Las pagué religiosamente y le pedí al mozo que no nos molestar nadie. Yo mismo monté el picnic. Los dos terminamos al final tirados en el suelo. Las ardillas se acercaban a nosotros a robarnos la comida y tu terminaste regalandoles tu manzanas y uno de tus bocatas. Por primera vez, te veía sonreir libremente fuera de las apretadas cenas de la Orden donde tu sonrisa era provocada por el exceso de Champan más que por las ganas de sonreir. El sol brillaba en tu piel y tus ojos cogían el tono azul mar que me volvía loco muy a menudo. No hablabamos de nada en especial. Bautizaste a todas las ardillas del parque con el nombre de "Alice" porque asegurabas que era su nombre real y que todas ellas eran realmente la misma ardilla. Yo no paraba de mirarte, con las cejas levantadas y la sonrisa puesta. Y también porque no confesartelo ahora 200 años después con un nudo en la garganta. Me hacías sentir vivo. Tu vida, tu despertar, tus ganas de ser autentica me devolvían mi fe en el destino. Mis ganas de dejarme llevar. Mis sueños, aquellos que se quedaron atrás hace 10 años en Creta cuando mi padre me dijo que abandonabamos el pais. Mi niña de agua, mi espiritu vivo me había devuelto las ganas de vivir. Las ganas de estar en el mundo y tu ni siquiera lo sabías.

Jugando con las ardillas precisamente resbalaste y te caiste al lado de mi. Me levanté rapido dispuesto a ayudarte. Y mi mano y tu mano por fin se tocaron. Mis ojos se clavaron en los tuyos y ya no escondiste tu mirada. Sonreias. Sonreí. Te sentaste en la hamaca y sin más me dijiste:

-Gracias.
-Gracias? Gracias porque?
-Nunca había hecho un picnic. Nunca había tenido tiempo para comer un día fuera de casa, sin preocuparme por nada más que por pasar un rato agradable en un parque. Para mi Hyde Park es solo un lugar de paso.
-Puedes quedarte a comer conmigo cuando quieras, pequeña.

Nos levantamos a pasear y cogimos una barca en la Serpentine. No pude evitarlo. Cuando solté los remos para enseñarte como el cisne estaba haciendo su nido. Te bese. Y ese segundo beso, relajado, con calma y sin nervios me supo a gloria. Mil imagenes pasaron por mi mente en 10 segundos. Y recuperé Esparta, recuperé Pafos y recuperé todas las vidas que tu y yo habíamos tenido juntos en un solo beso. Mis manos acariciaban tu cuello y tu boca que apenas se movía me renovaba el alma. Me separé diez centímetros. Sin dejar de mirarte las palabras salieron solas.

-Se que te llamas Galena y se que tu alma es de lejos, al igual que la mía. También se que, desde que te vi no he dejado de pensar en ti. Soy tu profesor, eres mi alumna y esto es una locura, pero... Te amo-dije bensandote de nuevo, en una esquina del lago donde nadie podía vernos.-Te amo Galena, te amo- no paraba de repetir mientras el beso se transformaba en cualquier cosa menos inocente. Mis manos se engancharon a tu cintura y tu te acercaste a mi liberandote de todo lo que se ponía en medio de los dos.
Me miraste. Poniendo tus brazos colgados en mi cuello mordiendote el labio, conteniendote.

-Yo también. Yo también te amo James.
-Alexandros, Galena. Mi nombre es Alexandros.

Y rompiste a reir. Haciendo que la armonía de tu risa pintara en el cielo colores nunca vistos y que aquel Londres, que se había soleado asi mismo solo por un día, tuviera ganas también de soñar y de vivir.

Y esta fué nuestra segunda cita. Espero que hayas disfrutado leyendola tanto como yo escribiendola.
Te amo pequeña.
Siempre tuyo,

James.

martes, 12 de junio de 2012

Querida Galena, reina de mis vidas, hoy tengo una historia para ti que se que llevas mucho tiempo esperando, espero que la disfrutes;

Aquel dia me levanté de un salto. El día anterior había estado con los chicos en Hyde Park, recorriendo los estanques y había decidido mirando al agua, besarte. El agua me había traído la respuesta más fácil a la duda más perenne de mi mente. Un beso. Un solo beso que me diera el derecho de recordar tus besos para siempre.
Como te decía di un salto en la cama. Abrí el vestidor y escogi mi camisa blanca, de cordones. Lo haría en la fiesta de esta noche, pero durante el día iba a verte asi que no podía ir con cualquier cosa. Un pantalón negro completo el  vestuario. Me negaba a ir a dar clase con levita o con chaquetas empedradas en oro, como hacían mis compañeros. Iba mucho más cómodo y persona más informal. Además asi quebraba la paciencia de los anticuados lords que abundaban en la escuela.
Cuando me puse mis botas, perfectamente encerradas, me cepille el pelo y me cogí una coleta baja, sin ningún tipo de raya ni adorno más. La moqueta amortiguaba los golpes de mis talones al caminar por las escaleras. Mary y mi madre me miraron con cara de poker. Ambas intuyeron que era un dia especial. Mi madre me interrogó por supuesto en el magnifico desayuno que me había preparado Mary. Esquivé sus preguntas con picardía y tacto, pero ella antes de salir por la puerta hizo un último intento.
-¿Como se llama?-escuche antes del portazo. Me dió tiempo a escuchar las risas de mi padre, aún en casa.

Pasé todo el dia entre las clases y mi despacho. Me encargue de que te hicieran llegar la invitación a la fiesta que se celebraba esa misma noche en la Orden. En aquel salón elegante del nuevo museo. Mandé a mi mejor coche a buscarte, dandole el encargo de que te recogiera en nombre de la escuela. Y dejé las horas pasar tranquilamente hasta que llegó la última clase, la clase donde estabas tú.

Llevabas ropa nueva. Llevaba años mandando sacos y sacos de ropa recien comprada a tu casa y había hecho bien. Tu cara lucía mucho más linda vestida con lazos, camisas y jerseys de punto que con aquella camisa cutre que tu padre, te había conseguido. Entraste en la clase, hablando por los codos con Jane, como no. Cuando os mandé callar a todos para empezar vosotras aún mantuvisteis la conversación unos 10 segundos más. Bastó con levantar la mirada de mi escritorio para que tu te callaras en el acto y para escuchar de nuevo la risa burlona de tu amiga, que casi me desafiaba.

-Smith, si le parece, puede salir a explicarnos la interacción magica entre la tierra y el fuego-dije con tono de profesor sabiondo casi riendome de esta fingiendo aquel papel.
Ella me hizo un gesto medio de broma. Además de mi alumna era la novia de mi mejor amigo y alguna vez había estado en casa. Nos conocíamos. No eramos intimos, pero había conexión.

Comencé la clase y durante toda la hora no pude dejar de mirarte. Tus ojos revoloteaban como dos mariposas por todos los conceptos que quedaban en la pizarra. Tu mirada pedía más. Esos ojos azules que siempre me recordaban a algo que no sabía identificar muy bien. Tus ojos. Y tu pelo. Recordaba casi con verguenza la única noche que dormí cerca de ti como te acaricié la cabeza para que durmieras. Y como me preguntaba a que olería tu pelo. Afortunadamente ya no eras la niña que se acostó en aquella cama y tenías casi catorce años. Yo rozaba los 23, un poco de diferencia pero nada loco para la época. Tu eras perfectamente preciosa y yo era más bien normal, algo poco definido en un pais rubio por naturaleza.. No era ni el más hablador ni el más guapo, tampoco el más brillante, pero esta noche, te besaría. Te robaría un beso porque no quería vivir el resto de mi vida sin saber que se sentía al tocar tus labios.

Terminaron las clases y me quedé a trabajar un poco en el despacho, que casi era mi casa real ultimamente. Mi despacho era especialmente grande asi que lo había acondicionado para que tuviera un mini estudio donde vivir cuando tuviera mucho trabajo o practicas mágicas. Cuando me di cuenta, se me echó la hora encima, asi que tuve que escoger ropa que tuviera alli. Me alegre sobradamente, de lo contrario me hubiera tocado ir con frac y lo odiaba. Opté por mi levita azul terciopelo, que mi buen amiga Marie me había traído de su ultimo viaje a Paris. Me solté el pelo. Pantalones negros y mis mejores zapatos. Y montando en mi caballo me dirijí al museo calculando la hora en la que tu llegarías.

Te vi entrar, llevabas un vestido algo antiguo y me maldije a mi mismo por haber olvidado ese detalle. No tenías vestidos de fiesta. Debía ser de tu madre o de alguna amiga. Aún asi desbordabas belleza. Te había cogido el pelo en un moño más tradicional de nuestro pais de origen que de Inglaterra pero, estabas preciosa. Dos bucles caían naturales por su cuello provocando locuras e incomodidades de orgullo a más de uno en aquel salón. Mi hermano, te escoltó en la entrada. A el también le gustabas, además tenía tu edad. "Jamie... no me hagas esto"- pensé para mi mismo. Pero mi hermano aún era un crio. Estaba más preocupado en ir a buscar a Dean y contarle sus nuevas
 conquistas que en otra cosa.
Se me encendió la bombilla. Si iba a buscar a Said con Mike, Jane se quedaría sola y te buscaría a ti.
Me acerque a Mike tanteandolo y preguntandole por Said. Y como bien predije, nos fuimos a buscar a nuestro amigo que liberó a su encantadora conquista para que mi pequeño tesoro tuviera cerca a Jane y no a Dean, ni a Jamie.

La conversación fue divertida durante toda la noche. Hacía mucho tiempo que no nos reuniamos los tres en una fiesta. Llegaron los bailes y todo el mundo se empeñó en que yo tocara el piano. No era partidario de ser la estrella de la noche pero tocar aquel Petrof era un lujo que no me podía permitir siempre. Ocho metros de cola me esperaban. Accedí y me senté. Y esa noche, toqué para ti por primera vez. Cada una de las notas que dibujaban Claro de Luna, del maestro Debussy en aquel salón fueron mi primer regalo. Fueron mi forma de acariciarte en aquel salón lleno de gente antes de dar la cara.

Me levanté del piano y entre los aplausos, que me hicieron sonrojar una vez más vi dos manos muy pequeñas aplaudiendo vivazmente que eran las únicas que me interesaban. "Ojalá, cada una de las notas te hubieran contado mis sueños, pequeña" Después de mi actuación entró la orquesta y sonaron bailes de salón que bailamos entre todos. Dos veces, me tocaste y las dos veces sonreías fascinada, pero muerta de verguenza por bailar con tu profesor.  Escuchaba la risa de Jane desde la otra punta de la sala, incluso con música y todo.

Y entonces, cansada de bailar, del ponche y de dar vueltas, pediste permiso para salir. Y te retiraste a los jardines interiores. Rodeados de balcones, eran un sitio intimo en las fiestas porque la parte de arriba era inaccesible para gente de fuera de la realeza. Asi que era relativamente fácil esconderse ahi.

Gracias Dioses-dije en voz alta otra vez. Y esperé prudentemente a que pasaran 10 min antes de salir.

Me pasé esperando tras los jardines 25 min. Eternos, duros, intensos y nerviosos. De esos minutos que se quedan en el alma grabados apra el resto de tu existencia. Un nudo en el estomago y un nervio estupido se apodero de mi y me avergoncé a mi mismo por tener sentimientos de esa índole hacia una niña tan pequeña.   Estabas llorando, llorabas desconsoladamente mientras mirabas a la fuente pensando que nadie te veía. Te cubrias con el chal los brazos que dejaba al aire el vestido. Como marcando tu espacio y mirabas de vez en cuando una flor blanca, que te debía de hacer competencia.

Entonces me decidí. Y salí de mi escondite con precaución de que no me vieras hasta estar detrás de ti. Los zapatos me parecían de repente piernas de elefantes en una cacharrería. Y mi propio corazón parecía quedarse ya fuera del pecho y dar un escandolo de esos de los que salen en los periodicos.  Detrás de ti por fin, carraspee la garganta llamando tu atención.

Pegaste un saltó. James! se te escapó. Y corregiste en el acto "Disculpeme señor Douglas"

-En realidad no es mi nombre Lucy. Mi nombre real es Alexandros. Lo cambie al llegar a este pais por motivos varios. No hay muchos James en Grecia como me imagino que ya sabes.

Entonces tu cara se me antojo más bonita aún que antes y tus mejillas cogían color, haciendo que tus pómulos se resaltaran. Me di cuenta de que tenía miedo de no conseguirlo. De acobardarme, de no llegar a la meta de tus labios. Las piernas me temblaban como si fuera yo el que tuviera 13 años y no tu. Lo cierto es que con aquel vestido de mujer, la pintura y esas lagrimas en tus ojos parecías algo mayor.

-¿Estás bien?-te pregunté.
-En realidad he salido a mirar las flores y respirar un poco de aire, maestro- respondiste excusandotel.
-James.
-¿Como?

Mire hacia los cristales repleto de gente absorta en la diversión de la fiesta.. Señale con el dedo y una risa en la boca.
-De ahi para dentro soy maestro, aqui fuera y para ti soy James. He salido a respirar un poco de aire. Me habían hablado de las rosas de este jardín pero, Lucy, he encontrado otra flor.
Podía escuchar tu corazón desde donde yo estaba y me acerqué a ti poniendome enfrente tuyo y haciendote ver lo evidente.
-¿Qué hace la flor más bonita contemplando una simple rosa, Galena?

Tu te estremeciste al escuchar tu nombre real y aproveché ese momento para lanzarme. Me acerqué a ti y saltandome todos los protocolos, las etiquetas y las clases, puse mi mano en tu cintura acercándote mientras con la otra mano sujetaba tu cuello. Y lo hice. Cinco segundos de gloria. Mis labios y los tuyos juntos. Tu cuerpo encerrado entre mis brazos. No te resististe. Tu también tenías ahora el mundo del al reves. "Que alguien pare el tiempo, por Cronos"   Pensé obligandome a mi mismo a separarme de ti. Viendo tu cara de asombro primero y tu intento de enfadarte después por haberte robado un beso que en realidad era mio desde que naciste me sonreí. Satisfecho con lo que había hecho, sonreí abiertamente. Hice una reverencia y me fui, riendome, todavía saboreandote en mis propios labios.

Entré en la fiesta y tu tras de mi. Revoloteaste un poco más entre tus amigas y decidiste retirarte antes de la media noche, como manda la tradición para los grados uno. Said ya te había echado el ojo y Mike te miraba con cara de corderito, esa cara de corderito que nos ponía a todos en alerta porque Oh Dios mio, el maestro de agua se había vuelto a enamorar". Al salir, con todo lo que eras. Con tu risa, con tu espiritu, con tu azul en los ojos. Alguien habló.
-Tremenda la espiritu de grado uno. Es increiblemente hermosa! Será una gran mujer al crecer. ¿Sabeis si está comprometida con alguien ya?
Sin pensarlo ni un segundo, fumandome un puro recien encendido y viendo el carro salir del aparcamiento dije serenamente.
-Si, si, ya tiene comprometido.

-Fin-

Te amo :) Espero que lo disfrutes, sinceramente tuyo siempre pequeña.

James

martes, 14 de febrero de 2012

Tiny, el perrito

Aquella mañana;
Te levantaste de un salto como siempre. El fino camisón con el que dormias hacia temblar a las paredes de la habitación de frio, pero tu, la niña sin miedo abriste la ventana como siempre, para que entrara el aire. Como si tuvieras 3 años, o quince, quien sabe te tiraste encima de mi en la cama.
-Arriba! Dormilón! Arriba!
Yo remolonee aposta. Hacía más de 15 minutos que te observaba corretear por la habitación, embobado en tu silueta y extasiado por tus movimientos que se parecían a una armónica danza.  Me retocé en las sabanas solo para que dieras otro de tus saltitos. Tus rizos caían por el pecho y el rosa de tu camisón te hacía parecer más pequeña de lo que eres.
-Galena, quiero dormir un poco más-dije estirando los brazos- hoy es sábado, dejame dormir!
-No quiero!! No quiero!!! Vamos a pasear!
-Galena, está nevando, lleva nevando una semana, hoy no hay que salir - dije a sabiendas que saldríamos pero solo por alargar el dulce momento.
-Ay! Tendré que llamar a Mike....-suspiraste con tono de broma.

Me levante de golpe y de un salto. Con una sonrisa en la boca. Dormía sin pijama asi que mi torso, estaba desnudo, el pelo suelto. Me senté en la cama contigo encima aun, agarrandote de la cintura, te besé dulcemente y con aire de vacile me comencé a picar.
-Asi que a Mike, Mike Donald.
-Si-asentiste mordiendote el labio- Mike Donald.
-El increible y apasionante Mike Donald? Y que vas a hacer con el? Jugar al cricket?
-El está más acostumbrado a este clima, querrá ir a pasear-dijiste con tono meloso.
-Esta bien-dije y mientras te guiñaba un ojo me volvi a tumbar en la cama.

-Jameeeeeees- viniste a buscarme con tu boca, con tu pelo precioso y tu piel tersa. Con tu sonrisa, con tu mirada y con esos labios que me hacian perder la cabeza cada día. Te cogi por los dos brazos, atrapandote encima de mi, y a la vez protegiendote del frio.
-Luuuuuuuuuu-te imite en el tono.
Tu preciosa cara puso una mueca que me hizo sonreir, era esa cara que siempre ponías cuando te enfadabas porque me metía contigo.
-¿Donde quieres ir, consentida niña?-te dije mientras te ponía a mi lado, tumaba en la cama, mientras los escasos rayos de luz entraban por la ventana.
-A Hamleys, al parque quiero ir a darle de comer a las ardillas James, hace frio, no tienen que comer-decias con cara de niña buena y tocandote el pelo de forma ritmica.
-Y donde más?
-A pasear por el rio, seguro que hay niebla!
-Y seguro que morimos congelados y nos perdemos en las brumas hasta que nos encuentren.
-Además hoy es, el día de los Enamorados querido profesor ¿ no estás enamorado ? Pues entonces, de regalo paseamos!
-No quieres más regalos pues? mmmm bien, paseemos- me levanté  de la cama, esperando tu reacción, la de siempre. La de la niña consentida que tanto me gustaba.
Me rodeaste, enganchandote a mi cuello - Regalos!- has dicho la palabra que más me gusta del mundo.
-Oh no Lucy Stonefield, vamos a pasear, es lo que me has pedido, el resto de las cosas se las daré a tu hermana o a Jane.
-Jameeeeeeeeeees- de nuevo tu divertido tono de voz.
-Luuuuuuuuuuuuuu- respondi imitandote, mientras me ponía los pantalones y mi camisa blanca, la de los cordones. Hoy no me pondría el traje, aunque fueramos al centro y todos los nobles me miraran con cara de ingles con problemas de estómago.
-Deberias ir bajando, ya que estás vestida preciosa-te abracé junto a mi, seguro que Mary ya tiene el desayuno en la mesa, bajaré ahora mismo-dije guiñando un ojo.

Tu abriste la puerta y a los tres pasos escuché tu risa. Había una piedra, una galena preciosa de unos 30 centimetros de largo por 15 de ancho. Una pequeña nota al lado, ponía "Feliz día de San Valentín" te echaste a reir y cogiste la piedra dispuesta a venir al cuarto a agradecermelo. En la puerta, ya cerrada había una pequeña nota ya preparada que ponía "He dicho que bajes a desayunar, Lu". Te mordiste el labio. Mi copia astral te espiaba desde fuera y me reía mucho contigo. Cogiste la piedra y echaste a andar por el pasillo de alfombras celestes y rosadas. Las luces ya estaban apagadas y los criados se habían tomado el dia libre bajo mi petición. Llegaste a la escalera y en cada escalón había una rosa blanca y otra roja, 12 escalones, 24 rosas. Me había levantado de noche a ponerlas, sintiendome casi un ladron en mi propia casa, no queria que nadie las viera y no queria que llegara marchitas a la mañana siguiente asi que no podia dejarlas preparadas. Cuando llegaste al hall de la entrada, yo ya me había adelantado y había bajado por la escalera del servicio, asi que te esperaba en el salón, sentado en el piano. Cuando entraste comencé a tocar "Claro de Luna" y te esperaba un desayuno que casi ocupada toda la mesa. Con el vestido azul celeste, el pelo suelto y cogido solo en la parte de arriba, la piedra y tus pendientes brillantes parecías una princesa de cuento, perfectamente encajaban las rosas en tu mano. Había tocado unas 200 veces esa pieza musical asi que podía mirar directamente desde mi mismo, sin necesidad de magia, la cara con la que me mirabas. La sala estaba llena de velas, que fui encendiendo al terminar de tocar, un poco de incienso y cuatro ramos más de flores (Tulipanes, Lirios, Más Rosas y Margaritas ) decoraban el salón. El desayuno tenía de todo; te rojo y fuerte, del que tanto te gustaba, bollería francesa, mantequilla, tu adorado queso cheddar, huevos recien hechos, tostadas, champiñones, zumo de tres sabores, cafe, y una nota. "Gracias por hacerme creer en este día, princesa"
Te echaste a llorar cuando me acerque a ti y te senté en la mesa. Hubiera puesto el mundo entero a tus pies si me lo hubieras pedido, que menos que prepararte una sorpresa para el dia que se celebraba el amor en el mundo si tu eres mi perfecta definición de amor. Mi Amor en Mayuscula. Cuando empujaste la silla hacia la mesa, chocaste con una cestita.
-James, hay algo debajo de la mesa.
Puse cara de preocupación y me agaché con cara curiosa a buscar contigo. Esperando cuando tu cogiste una cesta de medio metro de tamaño y con tapa, que no dejaba ver su contenido.
-Que raro- dijiste- Mary debe de haberlo olvidado aqui.
-Si, seguro que ha sido Mary. Igual le hace falta ¿Miramos que es?
Abriste la cesta guiada por tu curiosidad y explotada por esa naturalidad con la que hacias las cosas y asomo en la cesta una pequeña cabecita de un cachorro de Yorkshire Terrier, que te miraba con dos ojos negros abiertos como platos.
-Amor! Amor! Amor! Mary se ha dejado un perrito debajo de la mesa!
Agachado al lado de tu silla comencé a besarte la cara y en el oido te dije bajito.
-Igual, no ha sido Mary quien lo ha dejado ahi ratona. Feliz San Valentin.
Cogiste al perrito entre tus manos y con lágrimas en los ojos, me diste las gracias mil veces mientras no parabas de besarlo.
-Terminaré poniendome celoso!
Entonces me besaste, eso si, con el perrito en los brazos.
-Es que es muy pequeño y hay que cuidarle...
Los dos rompimos en risas y Tiny ladró ante el ruido.

Y fué asi como Tiny llegó a nuestra vida y a nuestra casa. Tiny, nuestro pequeño perro que no era mucho más grande que una rata de esas que coleccionaba tu amigo Dean  pero que te adoraba tanto como yo. Ya tenías alguien a quien cuidar mientras esperabamos a Helena o a Alexandros.

Te amo princesa, feliz San Valentin.


viernes, 9 de septiembre de 2011

De Londres y otras historias, la vuelta..

Querida Lucy,

Preciado tesoro. Timón fuerte al que mirar siempre. Qué agradable estos días perdidos en Londres, aquel sitio que fue nuestra tumba y que hoy nos esconde del mundo y nos da alas. De nuevo las reuniones de magia, tus miradas clavandose en las mías, de nuevo las palabras camufladas, las cosas contadas a medias para protegernos y protegerte de todo. Mis brazos no se movieron de tu cuerpo ni una sola noche, ni retrocedieron medio milimetro para que buscaras en ellos la tranquilidad que la esencia del fuego te robaba. 
Y de nuevo la historia de siempre, el embarazo. Tus lágrimas mojando mi chaqueta en aquel lugar que ha cambiado los caballos por las tiendas. Tus ojos compitiendo en belleza con los canales. Y solo una petición:
-"James, esta vez no me puedes dejar sola, no puedes volver a dejarme sola en esta ciudad"
Volvimos a casa de Said, con el corazón cogido entre nuestras manos y con Helena saludandonos desde el astral. Y esta vez, decidí que no. En aquel carro de motor de gasolina que te aterra, de dos plantas, no pude más que prometerte que esta vez no te quedarías sola. Que me daba igual retrasar el rumbo de nuestra vida los meses necesarios pero que no iba a suceder lo mismo otra vez. Que era incapaz de coger ese pájaro de hierro y volar lejos de ti, buscando el sol, dejandote a ti entre esas nubes que tanto amas pero bajo las manos de la alta magia Londinense que tan cruel puede ser a veces y tan mortífera otras. ¿Como volver a repetir el mismo error? ¿Como de nuevo escaparme de mi propia tortura al saberte lejos? No olvidaré la cara que pusiste cuando acurrucada en mi pecho, en el carro moderno rojo intenso en el que íbamos cogí tu rostro con mis dos manos, de mujer ahora y te dije:
-"Galena, te prometo que vendrás conmigo a donde yo vaya".
Y así fue. Con lágrimas en los ojos por perder la libertad de Londres partimos rumbo a nuestro hogar. A nuestra nueva casa, a nuestro templo. Partimos en busca de nuestros compañeros de viaje, aquellos que nos dejamos abandonados en las calles de una ciudad demasiado grande para ser humana a finales del siglo XVIII. Y salimos juntos, mirandonos y sonriendo. Pese a las ganas de comenzar de nuevo en la ciudad de las promesas, donde todo el mundo siempre tiene un sitio. Pese a las miles de esquinas que nos ofrece siempre donde poder deshacernos entre caricias y mimos.  Salimos hacia la rutina de una vida de templo, dentro de las rutinas que podemos tener claro, salimos hacia la ciudad de las prohibiciones y hacia el país de las lenguas largas, salimos sin saber si era lo correcto pero teniendo en cuenta que preferíamos estar muertos que separados. Y esta vez compañera, no nos hemos equivocado.
Aquí estas, aquí estáis, aquí estamos. Los cuatro que deberíamos haber sido de aquella. Tu y yo Alexander y Helena. ¿Crees que es casualidad que mi hijo se llame como yo y como mi padre y que le hubiera puesto su nombre antes de conocerte?  Bajo el mismo techo, en la misma casa. Mientras tu hermana y Marie descansan en el sofá y mi primo como siempre controla sus finanzas. Hemos cenado con Dean y tu chateas con Mike por esta máquina de escribir brillante.
Y quizás si, quizás hubiéramos encontrado trabajo en dos días y un templo nuevo en 3. Pero encontrar tus ojos después de que se apagaran en Londres aquel año me ha costado más de 200 años para permitirme perderlos de vista tan fácil. No crees?
Te amo Lu
Siempre tuyo.
James D.